viernes, julio 13, 2007

Ángeles de la guarda

Todo esto ocurrió hace ya unos cuantos años, 10 como mucho. Poco tiempo atrás, a mí buena hermana empezaron a repetirle con cierta periodicidad crisis epilépticas de baja intensidad pero muy sorpresivas y de difícil pronosticación. De hecho, no podría afirmar con seguridad que ya se le hubiera diagnosticado la enfermedad como tal.

Pues bien, era verano y todo transcurría como una despreocupada tarde de verano: bajar al parque todo lo pronto que mamá te permita, aprovisionado siempre del motor que mueve ese verano de cuando uno tiene 13 años; el balón. Mi madre todavía escoltaba a mi hermana en sus bajadas vespertinas al "Parque de arriba"; seguramente con el pretexto de acompañarla, doña Encarni gozara de uno de sus escasos contactos sociales más allá de su cocina y de sus libros (siempre criticado por mí esa actitud encerrona, pero ejercida voluntaria y felizmente por mi progenitora más querida). Serían las 8 de la tarde porque el sol se despedía ya detrás de los árboles hasta un próximo nuevo día.

Yo en aquellos tiempos pasaba muchos ratos con mi primo, Iván; y en esa ocasión estábamos jugando en el "Parque de abajo"- la vida de los que vivimos en el reino de Parque Roma se divide entre estos dos hemisferios que son el "Parque de arriba", y el "Parque de abajo"- . Recuerdo que estábamos los dos (mi primo y yo) sentados desde hace un largo rato en un banco; cansados de jugar, como nos gustaba pensar a nosotros, o más probablemente fatigados de llevar esa pesada carga que eran los kilos de más que, como el olor al queso, seguían pegados a nuestras posaderas. En esas de repente apareció un chico que parecía más mayor que yo y que llegó extasiado a donde nos encontrábamos nosotros, como si se hubiera venido de una carrera. Mientras murmurábamos sobre quién debía ser aquel chaval, para mi sorpresa gritó "¿¡Quién es Dani!?". Desconfiado me acerqué a él y le dije que yo me llamaba Dani; y para asegurarse de que en efecto era yo el Dani al que estaba buscando, me preguntó si yo tenía una hermana pequeña que se llamaba Helena, y yo asentí; ahora mas preocupado que desconfiado. Rápidamente me instó a que subiera con él, que a mi hermana acababa de superar una crisis y que le habían dicho que me buscara urgentemente. El chico no se presentó en ningún momento, ni dijo quién le persuadió para que me buscaran, más aún cuando ni él me conocia a mí ni yo le conocía a él.

Subimos juntos la cuesta que va de un parque a otro y cuando llegamos allí, desapareció. Mi primo se quedó en el otro parque y no había subido con nosotros, así que no podía preguntarle si él vio dónde fue para , por lo menos, darle las gracias por avisarme. Cuando salí del enagenamiento mental que eso me produjo me percaté que el 112 había hecho macabro acto de presencia y ya se llevaba a mi hermana al hospital. Detrás de la ambulancia, mis padres: conducía mi padre nuestro antiguo Renault 19 rojo con cara de ser el penúltimo en enterarse de lo ocurrido -ya que el último en percatarse fui yo- , y mi madre...ay! mi madre, llevaba el susto en la cara; un susto que se le mezclaba con la preocupación por el estado de su hija y el bochorno que tuvo que haber supuesto tal "espéctaculo" delante de todo el parque. En ese momento me ví sorprendido por los padres de mi primo diciéndome que mi hermana pasaría unos semanas en el hospital y que me quedaría a vivir con ellos mientras allí permaneciera.

¿Quién debió ser aquel chico que vino con toda la prisa del mundo a buscarme?, ¿Cómo sabía dónde estaba?, ¿Quién le mandó encontrarme...?, ¿Cómo sabía que yo tenía una hermana y que se llamaba Helena?

No le he vuelto a ver desde entonces, y nunca jamás le había visto hasta ese momento. De haberle visto aunque hubiera sido de vista, le habría reconocido porque en un barrio como el nuestro, solemos conocernos todos o, por lo menos, nos hemos visto en alguna ocasión por la calle.

En los años siguientes no le dí más importancia al asunto, no creí que la tuviera y no se la doy ahora; pero me parece curioso pensar en aquel personaje que apareció una única vez en mi vida; lo hizo para avisarme de lo que en aquel instante ocurría y luego desaparecer; nunca más sabría de él. Supongo que sería una persona normal, corriente y moliente como todas las demás; pero puestos a fabular en esta noche despreocupada, como cualquier otra noche de verano, me atrae la idea de pensar que tal vez ese chaval resultara ser un "enviado", con una misión y que después sería enviado a otro lugar con otra misión diferente y así hasta que terminara su trabajo y que, una vez acabado, recibiría una recompensa por hacerlo así de bien. Quizá fuera uno de esos personajes angelicales que la catequésis y la Santa Madre Iglesia Magnánima y Generosa se esfuerzan en crear en nuestras mentes, asexuales e inermes como sólo ellos pueden ser, que revolotean por el Edén sin más preocupación que aparecer en los frecos italianos y en el evangelio según San-quien-quiera-que-seas, ¿por qué no?.

Es bonito pensar algo así, después de todo acabo de leerme "Déjame que te cuente...", gracias a mi gran Señora Barrera, Bendita sea; y la mente me invita a imaginar más que nunca.

Pasados los años, mi hermana está con medicación después de un año un tanto turbulento, y sana como la manzana del refranero revolotea, cada vez más adolescentemente, por el Orbe del corazón de su hermano. Inerme como siempre.